Creo que es mi primer post sobre viajes, así que disculpadme si me quedo corta con las descripciones o soy demasiado pesada con detalles en los que a lo mejor no me tengo que parar.
Todos los años hago varias visitas a Zaragoza porque una parte grande de mi corazón y la mitad de mis raíces andan por allí. Este año, animada por el grupo 500000 establecimientos para celíacos, decidí hacer turismo seguro y aproveché de la solidaridad de este grupo para ir a cosa hecha y no tener ningún problema en ningún restaurante.
Mi primera parada fue en Zaragoza, paseando por el centro, por una zona que además es preciosa porque está cerca de la iglesia de la Magdalena y soy persona que muere de amor con el mudéjar… Encontré una heladería de la cual había leído mucho que se llama Heladería Tortosa. Entré muy tímidamente y me fijé en que era completamente cierto, tenían cucuruchos sin gluten. Imaginad la situación, soy una persona que llevaba 21 años sin comerse un helado de cucurucho, tuve un encontronazo de emociones que no sabía muy bien como encauzarlas. Menos mal que iba acompañada porque si llego a ir sola me pongo a llorar de puro tonta.
Aprovechando la cercanía, mi prima y yo decidimos ir de excursión a Teruel porque no lo conocíamos ninguna de las dos. Yo recuerdo haber estado en Albarracín cuando era pequeña y recuerdo alucinar con Albarracín porque me pareció un pueblo alucinantemente bello pero jamás nos había dado por ir a la ciudad de Teruel.
Madrugamos, desayunamos como Dios manda y cogimos el autobús. Resaltar que el camino es tirando a seco, pero llega un precioso momento en el que se ven multitud de girasoles a ambos lados de la carretera, eso es algo que me gustó muchísimo. Según nos bajamos del autobús nos dirigimos hacia el casco antiguo. En un momento en el que nos encontrábamos bajando por una cuesta vimos uno de los sitios que recomendaba este grupo del que os he hablado. El sitio, en concreto, se llama Bar La Barrica. Sin dudarlo y por ir de seguro, decidimos que ese era el sitio al que teníamos que ir a comer.
De ahí fuimos a la oficina de turismo y después, con los planos conseguidos, nos dimos una vuelta por el mausoleo de los amantes, ya os voy diciendo que alguno alérgico a algo era, porque no es normal que un beso sea para tanto (no hagáis caso, simplemente bromeo, me encantó todo). Nos encaminamos al restaurante y tímidamente pregunté por los pinchos sin gluten, me dijeron que no había problema. De hecho, pinchos sin gluten, pan para las raciones a parte y en otras vajillas distintas, todo delicioso y cuidado… No se, me encantó.
Seguimos recorriendo el casco antiguo con alguna parada en la catedral, que es alucinante y acabamos borrachitas de mudéjar, en mi vida he fotografiado tanta torre y tan bonita. También entramos a los aljibes que es una cosa curiosísima de ver porque además en una película contaban la historia de la ciudad de una manera muy entretenida y graciosa.
Llega la hora de ir despidiéndose de la ciudad y entre ataque y ataque de vértigo me asomo a los dos viaductos (uno antiguo que han remozado y uno moderno que es por donde pasan los coches y lo han dejado estupendo). Algo que me perdí fue la escalinata neo-mudéjar… tuve que mandar a mi pobre prima a que hiciera fotos para poder verla (este maldito vértigo…)
Ya se hizo de noche y nos acercamos hacia la estación de autobuses para no despistarnos mucho. Con la cena estaba algo perdida porque tampoco quería moverme mucho de los aledaños de la estación y veía que todos los sitios que llevaba apuntados estaban incluso lejos. Así que entramos en un sitio que se llama «Bar Torreón». Con mucho respeto pregunto al camarero si una celíaca podía comer algo en su bar y cual es mi sorpresa que me cuenta que tiene acuerdo con la Asociación de Celíacos de Aragón y que me podía preparar el 80% de la carta adaptada para mí porque tenía doble cocina.
Me comí un sandwich vegetal delicioso y unas patatas (especiales de la casa) con pimentón, perejil, ajo y aceite de oliva virgen al horno.
Así que ya os podéis imaginar lo a gusto que me quedé por las cosas tan bonitas que vi, la buena compañía con la que fui y lo bien que comimos por allí.
¡Mira que me gustas, Aragón!